Una semana había transcurrido desde que esa familia destrozada dio su último adiós a su hijo menor.
Y volví a verla a ella, con una mirada perdida en el abismo. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y me quedé como paralizada. Mi mente soltaba palabras de ánimo que mi boca se negaba a pronunciar. Y así pasó, tan sólo pude mirarla y pronunciar tímidamente un saludo. Ojalá habláramos con los ojos.
Se pueden llegar a decir muchas más cosas con la mirada que con las palabras, y estoy convencida de que esa madre recibió todo tu cariño en un cruce de pupilas.
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